Uno de los episodios más tristes en mi paso por la universidad es el caso Pablo, uno de mis compañeros, que fue amenazado por su padre con dejarle de pagar la escuela si no se cambiaba a la carrera de leyes. Mi amigo era muy hábil en el diseño, perfecto ilustrador, lamentablemente pudo más su papá y solamente nos acompañó el primer semestre. Con el tiempo le perdí el rastro y hoy quizá sea socio de alguna firma de abogados. Desconozco si tendría un final feliz en donde un día se levantó, mandó todo a volar y se exilió en algún lugar extraño para ejercer el diseño, o será que hoy es sólo su pasión secreta.

Esto sucedió hace casi 30 años, en 1990, y dentro del contexto se entiende —sin justificar— la actitud defensiva de su padre al oponerse que su hijo estudiara una carrera, en aquel momento, con un horizonte nebuloso. No había muchos diseñadores y se propagaba el rumor que nadie sabía de qué comían, qué hacían para ganarse la vida. Yo, con el corazón en la mano, les confieso que entré a la carrera de diseño sabiendo que se hacía publicidad, se hacían logos, libros y revistas, sabía que existía las agencias de publicidad y que era un lugar propicio para trabajar, pero no la perspectiva de un mercado consolidado, en el cual tuviera una visión tan específica una vez terminada la carrera. No tenía la menor idea de qué sucedería una vez que recibiera mi título.

Por fortuna comencé a trabajar en una etapa temprana, en el tercer semestre y poco a poco se me fue aclarando el entendimiento para que, una vez terminada, tuviera más o menos claro lo que quería hacer —aunque no fuera lo mejor o la decisión más afortunada.

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Otra confesión que hago, es la imposibilidad de la universidad por hacerme de los recursos técnicos y los conocimientos requeridos para ejercer correctamente. Mis amigos y yo tuvimos, que aprender mucho —o casi todo— sobre la marcha, y supongo que algo que me llevó hasta este punto es el «amor al diseño». Lo pongo entre comillas (latinas, por cierto, no inglesas) porque en un principio se trataba de un amor abstracto, no tan bien delimitado a lo que hoy se conoce como el diseño gráfico.

Tenía una tía que me insistió a que buscara trabajo en la agencia DeHaro que estaba cerca de mi casa. Tenía yo menos de 15 años y fue el miedo lo que me impidió siquiera tomar el teléfono para hacer el intento. A mí me gustaba dibujar, hacer letras, diseñar el periódico mural y letreros y anuncios de la escuela (especialmente porque me sacaban de clase), pero todo ello sin englobarlo en un concepto claro de lo que el diseño significaba.

Cuando entré a la carrera mi ideal era poder diseñar portadas de discos, pero ni siquiera sabía que había despachos dedicados a ello, hoy le recomendaría a alguien —si me dijera que tiene esa inquietud—, que enviara su cv por correo o buscara una cita en Stylorouge en Inglaterra o con Quique Ollervides si no quiere salir del país.

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Hoy asumo que el diseño es imposible ejercerse sin una pizca de amor; nadie estudia diseño teniendo como objetivo principal ganar dinero, hacerse millonario o crear un emporio. Mismo amor que a veces te juega en contra y que veladamente te empuja a aceptar sueldos bajos, cero prestaciones, jornadas extenuantes de trabajo, malos tratos y dinero, mucho dinero perdido en malas negociaciones, promesas de pago o de una mejor exposición a cambio de regalar tu talento.

El mundo ya entiende mejor el diseño, ya se paga mejor que hace 30 años, pero seguimos sin saber realmente cuánto pagó una empresa por un proyecto, lo único que sabemos es de oídas; seguimos sin tener una asociación grande y fuerte que represente nuestros intereses, que nos ayude a los diseñadores a tener tabuladores de costos, asesorías legales, seguros grupales, dar talleres y cursos con su respaldo y por qué no, ofrecer descuentos en todas aquellas cosas que requerimos para ejercer: médicos, computadoras, programas y hasta sillas ergónomicas.

Debemos entender que sí lo que deseamos es mejorar nuestras condiciones laborales, debe hacerse desde frentes comunes, no en lo individual, y lo que único que nos moverá en esa dirección es el amor al diseño, a la profesión que escogimos y que como tal, debemos cuidar más allá del beneficio directo que obtengamos de ella.

  • ¿Cómo te expresas cuando te piden tu opinión sobre el trabajo de un colega?
  • ¿Cuántas veces no dices: yo puedo hacerlo mejor?
  • ¿Cómo críticas el trabajo de tu colegas, especialmente en redes (desde aficionados, freelancers y hasta de grandes despachos)?

México es nuestra colonia, nuestra ciudad es la casa y el trabajo como nuestra habitación. ¿Queremos que todo funcione correctamente? Comencemos de adentro hacia afuera: hagamos del nuestro el mejor trabajo, veamos que todos en casa estén bien, en un ambiente propicio para ser más creativos, más profesionales y crecer entre todos. Ama el diseño.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.