De la misma forma que puede decirse que el todo es mayor a la suma de las partes, es posible enunciar que la ciudad es más importante que la arquitectura. Más de la mitad de la humanidad vive en ciudades.

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En un futuro, el 75% vivirá en conglomerados humanos. Generalmente no se piensa en las consecuencias futuras de las acciones presentes. De este modo, por un lado, el mundo, sus recursos y sus dimensiones parecen infinitos. Y, por otro lado, el crecimiento demográfico parece ser finito. Sin embargo, la ausencia de guerras masivas, la tecnología, la ciencia y la medicina no han hecho más que aumentar la población mundial de modo exponencial.

La sociedad suele considerar a los arquitectos como decoradores y no los considera de ninguna forma en un problema tan decisivo como el futuro de la humanidad. Pero, ¿sabrían los arquitectos cómo operar ante el futuro que viene?

Genealogía de la ciudad

En un principio, toda sociedad nómada lo era porque iba detrás del alimento. Posteriormente, se constituían como sedentarios al afincarse en el territorio. A partir de este punto, comienza a desarrollarse la ciudad de forma estratégica. ¿Por qué y dónde se funda la ciudad? Hay históricamente tres niveles de decisión:

1. Sustentabilidad económica: se busca un sustento para vivir en la explotación de recursos naturales.

2. Sustentabilidad ambiental: se toman decisiones estratégicas para mantener a la ciudad y su entorno en buenas condiciones, con protección, para perpetuar su existencia.

3. Sustentabilidad social: se construyen divisiones, relaciones y densidades, intentando cuidarse mutuamente. Este punto pareciera ser una acción natural en los animales gregarios; más pensamos mejor.

En relación al último punto, ya ha quedado demostrado que las ciudades son sitios de innovación y creatividad. En este sentido, puesto que el futuro de la humanidad saldrá de las ciudades, el esquema urbano tiene que ser claro pero las decisiones no pueden ser arbitrarias. Los desiguales tienen que ser necesarios para la conformación de la unidad; cuando no manda nadie, manda el más fuerte.

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Sin dudas, el fenómeno urbano es la forma de posibilitar una solución de la sustentabilidad del planeta. La ciudad es per se un espacio denso y caótico. Es decir, una ciudad con vocación y espíritu de protagonismo cultural es en su esencia densa: Roma es imperio porque Roma es ciudad. La historia ha demostrado que la inversión más importante de la humanidad fue la ciudad.

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En el Medioevo surge un nuevo paradigma: mientras que donde la tierra vale, la vida es segura, donde la tierra no vale la vida tampoco. En las ciudades del medioevo el vacío era preciado y escaso, como puede verse hoy en los barrios góticos de las ciudades europeas. Como consecuencia la disposición urbana genera asentamientos comprimidos e insalubres, con problemas de sustentabilidad graves, como lo fue la peste negra.

Posteriormente, el Renacimiento italiano logra tener un reconocimiento sobre el territorio y se inventa el espacio público. La relación entre los sólidos y los vacíos que los clásicos habían sabido demostrar son retomados por los italianos.

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Hacia fines del siglo XIX, en París, Napoleón y  Haussmann llevan a cabo una ambiciosa renovación y transformación de la ciudad. En síntesis, se construye vacío demoliendo y provocando así tajos en la trama urbana. Se inventa el concepto de expropiación por utilidad pública y demolición para construir vacíos. París posee una nueva escenografía urbana para un siglo del espacio público. Surge la figura del flâneur trabajada por Walter Benjamin y una cultura de la que Charles Baudelaire con París y José Martí con Nueva York son dos ejemplos de lo que un observador atento puede desentrañar al caminar una ciudad. Surge una vida que transcurre en el espacio público: la deriva, posteriormente retomada  por Guy Debord y los situacionistas del Mayo Francés como una forma de caminar sin rumbo por las calles en busca de signos de atracción y repulsión es un comportamiento lúdico-constructivo que se encuentra opuesto a las nociones clásicas de viaje y paseo puesto que aquí las personas renunciaban a sus recorridos habituales para abandonarse a los requerimientos del terreno. En consecuencia, París se construye a partir del espacio público como un ambiente proactivo donde los distintos pueden convivir. El fenómeno urbano permite al ciudadano la sensación de perderse y ser anónimo. A diferencia de esta sinergia urbana, la vida rural limita al habitante generando un aparcamiento de las tensiones y contradicciones.

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Con el advenimiento de la Arquitectura Moderna, todo parece indicar que los edificios deben estar exentos de su entorno para aprovechar más luz y aire. La calle no existe, las veredas no se conforman y los vacíos sobran, sólo importa la luz. El automóvil se presenta como paradigma de la ciudad y se barre por completo con la idea del flâneur. Hay objetos libres, con vacíos descontrolados y no proyectados con situaciones no habitables. Por ejemplo, en la Ville Radieuse, Le Corbusier propone un proyecto con ejes cartesianos con rascacielos también cartesianos en el barrio judío no intervenido en su momento por Haussmann, Le Marais. Finalmente, no se derriba el lote y, paradójicamente, hoy en día es uno de los barrios con más vida en la ciudad de París. Se crea también la idea del Garden City que proponía un centro urbano diseñado para una vida saludable y de trabajo. En Inglaterra se lleva a cabo con el tren y en Estados Unidos con el automóvil. El concepto de suburbio se apoya sobre este paradigma. Los suburbios como forma de vida surgida a partir de la segunda mitad del siglo XX es un desarrollo naif de la idea del habitar. Así, el espacio verde delimitado por cercas remite a la ciudad amurallada.

La importancia del contexto

Volviendo a lo hablado en un principio, no se debe olvidar la escala urbana al momento de diseñar dentro de ella. En este sentido, es menester que los edificios estén en diálogo con su contexto y se diseñe para los que en definitiva habitan el espacio. Es insostenible seguir proyectando ciudades a partir de la agenda política y el mercado inmobiliario. Asimismo, son los arquitectos los que deben tener fuertes convicciones para con la sociedad que diseñan y no dejarse manejar por el ego. La ciudad es de quienes la habitan: sin personas sólo tendríamos objetos.

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Sin embargo, esto no implica bajo ninguna circunstancia que las formas expresivas y llamativas no puedan permitirse. Cuando lo permite el vacío armónico de la ciudad, edificios con mucho carácter pueden ser adecuados y hasta de efecto positivo. En este sentido, Utzon y la Ópera de Sidney son un gran ejemplo. También, es posible hacer convivir el pasado con la modernidad.

Frank Gehry y su diseño de titanio para el Guggenheim de Bilbao puede ser en este sentido un tanto contradictorio. A pesar de su diseño estrambótico y su falta de conciencia sustentable con el mundo, su ubicación y aire de separación de la ciudad lo constituyen como un objeto escultórico que ha logrado tener un efecto recuperador de la costa, conocido por muchos como efecto Guggenheim, y hasta darle una nueva identidad y morfología a la ciudad entera.

Un excelente ejemplo lo constituye el High Line en Nueva York como una forma de recuperar un espacio perdido y revalorizarlo para la vida de sus habitantes, que logró también aumentar el precio del barrio. Para que las ciudades puedan mantener una imagen coherente y sustentable es necesario el desarrollo de políticas y normativas que encaminen ideológicamente al concepto de espacio que se busca.