Si bien para la creatividad visual y el periodismo la censura representa un cáncer que inhibe su desarrollo y crecimiento, existe una ética profesional que se encarga de regular ciertas acciones y la divulgación de imágenes violentas para que no se generen daños en los espectadores ni se enrarezca el ambiente de zozobra que algunos acontecimientos colectivos suelen provocar.

Una tragedia trastocó esta mañana la tranquilidad de Monterrey y el resto de México: un estudiante detonó, al interior de un centro educativo, un arma de fuego contra su profesora y compañeros para después quitarse él mismo la vida con la misma pistola.

El hecho, que cimbró a la opinión pública desde temprana hora, posee un ingrediente extra que ha causado gran morbo de algunos y la indignación de muchos: la divulgación masiva de los hechos, que fueron registrados por las cámaras de seguridad del colegio donde ocurrieron los hechos y filtrados a través de las redes sociales y algunos medios de importancia nacional.

Muchas personas vieron aparecer en el time line de sus cuentas de Facebook y otras redes sociales las imágenes desgarradoras, en video, de los hechos ocurridos por la mañana, lo que eliminó todo intento por mantener la secrecía y dignidad de las personas involucradas en la tragedia y la de  sus familiares, además de que tal divulgación pone en peligro las investigaciones ministeriales que ayudan a escalecer los hechos y sus causas.

Llega a ser comprensible cuando estas imágenes se dan a conocer en redes sociales, pero lo que no se comprende es que algunos medios periodísticos replicaran el video. Las preguntas necesarias e inevitables son tres por lo menos: ¿quién divulgó este tipo de imágenes que deberían permanecer en resguardo por parte de las autoridades para no entorpecer la investigación? ¿Será que alguien dentro de la instancia policial encargada del caso se dedicó a propagar la información? ¿Habrá recibido algún pago por tales acciones?

Aunque la censura resulta inaceptable para cualquier medio de comunicación y representa un daño  brutal para libertad de expresión y el buen desarrollo de la creatividad, sí que debería de existir una autorregulación al interior de las salas de redacción y en las juntas editoriales, así como la consigna de no generar mayor daño ni herir sensibilidades con la difusión de imágenes tan delicadas como las que exponen la comisión de un delito fatal.

Todas las personas deberían tener el derecho a elegir los contenidos que quieren ver, pero nunca a costa de la dignidad de otros individuos, que en este caso son los involucrados en los terribles hechos de Monterrey. Tampoco resulta aceptable que, cuando no se solicita, aparezcan en el time line de cualquier red social este tipo de imágenes.

La responsabilidad de divulgar contenidos de manera ética recae primero en las personas que las que las generan y en el uso que hacen de ellas, pero  también involucra a quienes administran las redes sociales y los contenidos que los usuarios colocan en ellas. Insistimos: si bien la censura no es aceptable, sí urge una regulación más precisa y, principalmente, una actitud mucho más responsable por parte de quienes se encargan de divulgar contenidos visuales con afanes periodísticos, humanísticos, artísticos y sociales.

La ética se convierte, pues, en una necesidad esencial para la creatividad y de cualquier tipo de actividad profesional. Con una actitud ética y principios educativos sólidos seguramente podrán erradicarse malas prácticas creativas y, poco a poco, la violencia que en México fue desatada por culpa de malas prácticas anticrimen y nos azota de hace ya ¡Diez años!