Michael Bierut, uno de los diseñadores más reconocidos en el mundo, escribió un manifiesto enlistando trece diferentes formas de elegir una tipografía:

1. Porque funciona
2. Porque te gusta su historia
3 .Porque te gusta su nombre
4. Por su diseñador
5. Porque la tienes
6. Porque te obligaron
7. Porque te recuerda a algo
8. Porque es bonita
9. Porque es fea
10. Porque es aburrida
11. Porque es especial
12. Porque crees en ella
13. Porque no puedes no hacerlo

De alguna forma tira por la borda todas las teorías que se han escrito sobre la mejor manera de escoger una fuente para cualquier proyecto. Incluso seguro más de uno siente cierto alivio después de escoger la fuente sin una técnica refinada, tan solo paseando por el listado de tipografías cargadas en el sistema, probando cada una de ellas.

Este listado valida prácticamente cualquier método para elegir una fuente, y corremos el riesgo que después de eso ya no tenga sentido continuar leyendo este artículo. Sin embargo, es un código que aún en estas circunstancias debe ser usado por quien tenga en mente la manera en la cual funciona la tipografía en cualquier tipo de composición.

Quisiera traer una anécdota que creo ilustrará un poco mejor el punto:

En una clase de arte, le comenté a la maestra mi ansiedad al estar frente a una obra de arte moderno: «No sé qué tengo que ver cuando estoy frente a algo que no entiendo». Lo que yo quería era la fórmula para poder apreciarla como lo haría un crítico de arte, pero a cambio su respuesta fue solo una felicitación por mi sinceridad en la pregunta. Nunca me explicó algo que me llenara, me quedé exactamente igual.

Con el tiempo, aprendí que el arte te gusta o no te gusta, te hace sentir algo o lo ignoras totalmente, te provoca tocarla, tratar de meterte en la mente de su autor para saber qué estaba pensando cuando la creó, la comprarías y la pondrías en la sala de tu casa. Finalmente todo se resumía a mi postura como espectador; al artista —aunque busque crear en ti una emoción—, no tiene la capacidad plena de provocarte un sentimiento específicamente dirigido, no es función.

Entender el diseño desde este punto de vista compromete un poco más a quien tiene el conocimiento y la tarea de dirigir un mensaje específico; el diseñador, a diferencia del artista, sí debe poder controlar esta emoción, capturar al público sabiéndolo leer.

Si nos guiamos por este principio, el punto número uno del listado de Bierut, «porque funciona», se convierte en la prioridad al momento de elegir una tipografía. Pero no siempre es suficiente, ya que entramos en un área en donde se abren cualquier cantidad de posibilidades y teorías sobre cómo funciona una fuente: ¿Se lee bien? ¿Tiene personalidad? ¿Hace juego con la imagen? ¿Podrías leer un libro entero con esa fuente? ¿Tiene las variantes suficientes? Y así podemos seguir cuestionándonos y complicándonos la vida.

Es entonces cuando entran en combinación todos los demás puntos, quizá solo una muestra que se antoja interminable para seleccionar una familia tipográfica sin algún tipo de miramientos: porque es fea, aburrida, especial o sencillamente porque no puedes no usarla es una invitación al libertinaje, aunque no podamos darnos el lujo de dejar de pensar en el observador, el receptor del mensaje.

Podrás escoger una fuente mexicana si harás un cartel sobre algún tema nacionalista, podrás seleccionarla porque simplemente te recuerda a algo o alguien, porque conoces su historia o porque admiras a su diseñador. Lo que no puedes perder de vista es el hecho de que funciona.
A final de cuentas si seleccionas una fuente de un argentino para usarla en una muestra de cine argentino, serán muy pocos quienes apreciarán el gesto, solo al autor de la fuente, a ti, y a todos quienes estén dispuestos a escuchar tu historia sobre cómo llegaste a ella. Los demás la juzgarán porque combina, se ve bien, se lee (o no se lee), es estética, divertida, seria o formal, a final de cuentas, por cómo funciona.

Cómo saber si una fuente funciona: pueden existir miles de técnicas para encontrar la selección ideal, pero a final de cuentas una tipografía habla por sí misma, es visual, así que podemos añadir a la lista de requisitos es saber «verla», descifrar su forma y entender cómo se desenvuelve en el medio en que está colocada. ¿Tiene sentido? ¿Se vuelve invisible? ¿Se impregna en el mensaje general? ¿Mantiene el nivel de estética deseado?, y al final de este checklist la pregunta esencial: ¿Funciona?

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.