“Hay quienes nacen para desfilar, y quienes nacen para ver el desfile.”

—Un maestro de la universidad, hace muchos años

En la película El diablo viste a la moda —y que es imposible no la hayas visto—, hay una escena entre Meryl Streep y Anne Hathaway, su asistente. Esta última ríe cuando el equipo está tratando de decidir qué cinturón le queda mejor a una chaqueta, desatando el enojo pasivo de Meryl. Los siguientes dos minutos son una explicación muy elocuente sobre cómo funciona el diseño en la moda: las casas de alta moda definen los colores para cada temporada, mismos que son copiados en una escala hacia abajo, hasta que llegan a los botaderos en las tiendas donde los compra gente que aparentemente no le interesa la moda, pero que vestirá los productos seleccionados entre quienes están en esa oficina.

Después de haberla visto en repetidas ocasiones, especialmente mientras práctico el zapping, caigo en la cuenta que no sólo funciona en el mundo de la moda sino en el diseño en general. Un ejemplo podría ser el de una revista de sello internacional con franquicias en todo el mundo (piensa en GQ, Vogue, National Geographic entre muchas otras). Desde la matriz —en Estados Unidos o algún país europeo— realizan el diseño original y permiten que sus franquicias lo repliquen en números subsecuentes utilizando las mismas imágenes y contenido. A veces realizan alteraciones, adaptaciones para la región o se cambia el diseño para que se sienta diferente, pero al final, se debe trabajar con lo que alguien más imaginó, concibió y produjo, encasillando la creatividad con materiales prefabricados. En esta escalera un arte nace en un país desarrollado, baja a uno en vía de, y termina en mercados menores que ni siquiera cuestionan la falta de originalidad y al contrario, celebran la apariencia.

Casi siempre, al principio de un año, la mayoría de los blogs se dedican a investigar o deducir las tendencias de diseño para el año que inicia. Quien arranca las festividades es Pantone presentando el color del año. Desde 2012 decide unilateralmente, desde su división de consultores especializados, de qué color quiere que veamos el mundo. En 2018, por ejemplo, homenajeó indirectamente a Prince con el color Ultra Violet 18-3338 justificándolo como «radicalmente provocador y reflexivo […] comunica originalidad, ingenuidad y mentalidad visionaria que nos señala el futuro». Acto seguido, como noticia de última hora, todos los blogs y diseñadores en general se apresuraron a llenar los muros de las redes de color púrpura. Mientras tanto, otros sitios realizan sus reportes para mostrar la manera en la cual el mundo está viendo y reproduciendo el diseño y por ende, la comunicación. Colores vibrantes, tipografías pesadas, minimalismo contrastante son algunos de los aspectos que se vaticinan para este 2019. ¿Tomados de dónde? De los lugares donde nacen estas tendencias, de los países con el diseño más desarrollado y maduro.

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Si pensamos en nuestro país, México, Argentina, Chile, Colombia o cualquier latinoamericano, donde la percepción es que el diseño aún está en una etapa proceso a la madurez, en una especie de adolescencia, donde nos rebelamos a seguir a los adultos pero terminamos obedeciéndolos, nos dedicamos más —como decía un maestro en la universidad— a ver el desfile en lugar de desfilar. Quisiéramos con todas nuestras fuerzas ser quienes dictan los colores del año, qué fuente será la más utilizada, los estilos de animación y cómo navegar en un sitio web, pero terminamos casi siempre siguiendo lo que otros ya hicieron. Las razones sobran: los clientes tienen mentalidad más arriesgada, no le tienen tanto miedo a probar (porque cuentan con presupuesto para minimizar el riesgo), están en el lugar donde la mentalidad vanguardista compite constantemente y suceden las cosas, tienen más tiempo para investigar y trabajar bajo prueba y error.

Nosotros debemos hacer milagros con los tiempos que nos dan, los presupuestos son muy apretados y la mentalidad menos arriesgada para jugar con dinero (porque para otras cosas el riesgo es parte de nuestro ADN). Sólo unos cuantos tienen la capacidad de romper con todas estas barreras y ser seguidos en vez de seguidores, casi siempre los mismos que lograron romper la frontera de sus lugares de origen y tienen la posibilidad de reconfigurar su entorno para hacerlo apto para la creatividad.

Hace poco publiqué que agradecía a todos los blogs por mostrarme las tendencias y mostrarme cómo no diseñar en este año. Lo sigo pensando, pero dentro de mí, busco la forma de evolucionar mi mentalidad, de domar mi estilo para desarrollarlo más allá incluso de lo que estoy imaginando en este momento. Pienso que sí me subordino a las ideas marcadas, mi identidad como diseñador quedará sin nada que ofrecer, sin personalidad, sin color y en el camino de ser olvidada. Pienso en este nuevo año como un reto más allá de los propósitos de año nuevo que llenan las primeras páginas de nuestras agendas y que difícilmente regresamos a ellas, en parte por la vergüenza de haber fallado.

Espero un año en el que la creatividad de los diseñadores pueda fluir más allá de lo que dicta una tendencia, continuando este proceso sin fin de hacer vanguardista el diseño para mis clientes y mi país, para construir una identidad propia.

Design Lifer
Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.