Creo que existen dos tipos de profesionistas, los que reciben con gozo las nuevas tecnologías, las abrazan y procuran incorporarlas a su vida lo antes posible. Por otra parte, aquellos que entrecierran el ojo y ven con escepticismo las lanzamientos, cambios y adelantos, prefieren esperar a que otros los tomen, a que con futuras ediciones mejoren sus características o simplemente no les es tan relevante.

Algo así como con la computadora y el diseño: recuerdo perfectamente que el debate se centraba a qué tan ético era transferir nuestra actividad a ella, cuando realmente los dos bandos estaban divididos esencialmente entre quienes querían diseñar en ellas y los que que resistían a alejarse de sus procesos de toda la vida, esperando que nos les quedara de otra más que adoptarla.

En fin, cada profesión tiene algunos puntos de quiebre que marcan un cambio radical en la forma en que operan. En este caso, los fotógrafos tienen enfrente uno tan grande como cuando eliminaron la película fotográfica: las cámaras sin espejo, mejor conocidas como Mirrorless. A finales del siglo pasado llegó de manera inevitable la era digital a las fotos, los escáneres fueron tan un pequeño viento anunciando el huracán digital.

Un fotógrafo con quien trabajaba a menudo invirtió hasta su alma en hacerse de una cámara digital, las fotos eran un tanto planas, los colores no tan profundos. A cambio de ello se abandonaban por completo los previos en las Polaroids, los cuartos oscuros y las mesas de luz. El dinero invertido en ello debía traducirse en un ordenador, en Photoshop, en cables, discos duros y tarjetas de memoria.

Las cámaras profesionales solamente habían cambiado la recepción de la información, ya que todo lo que sucedía en el ínter seguía siendo igual: la luz pasa por el diafragma, es la película lo que cambió; ahora la información quedaba grabada en un sensor digital y pasa a través de cables y conexiones para guardarse en una tarjeta de memoria, directamente en una computadora o de forma inalámbrica a la red.

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Era solo cuestión de tiempo para que llegara lo inevitable, sustituir el diafragma, la parte trasera del proceso. Bajo ese principio nacieron las Mirrorless, en alusión directa a la desaparición del espejo que proyecta la imagen hacia el sensor; primero en forma de pequeñas cámaras para turistas aficionados, poco a poco se fueron profesionalizando.

Más lento de lo que avanza la tecnología Sony dio un paso importante al ser de las primeras en pasar estos principios al mundo de la imagen profesional, también Fuji hizo lo suyo. Mientras tanto los considerados reyes de las cámaras —Nikon y Canon— veían pasar el dinero frente a ellos hicieron algunos tímidos intentos por entrar al mercado, con gamas bajas se perdieron un poco en el mercado, aprovechando el escepticismo de sus huestes lanzaron cámaras y lentes haciendo énfasis en la portabilidad.

Esta semana Nikon hizo el anuncio de su gama de cámaras profesionales Mirrorless, limitada a dos modelos, Z6 y Z7, cuya única diferencia entre ellas se traduce en la cantidad de pixeles generados, pero ya con sensores completos y funcionales. Será quizá solo cuestión de tiempo para que Canon haga lo propio y juntos intenten regresar a ellos a aquellos usuarios aventurados que debieron pagar el precio de cambiar de marca con tal de continuar en la vanguardia.

Supongo que otra vez los fotógrafos profesionales deberán definir de qué lado están, si en el de los aventurados o de los que esperan hasta que se vuelva inevitable, y los SRL de espejo se vuelvan piezas de museo (aunque quizá falten décadas para ello), tecnología nueva contra tecnología segura.

2 décadas tardaron las cámaras fotográficas en ser totalmente digitales, los espejos son desplazados convirtiendo la experiencia al mundo de los bits.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.