De vez en vez te topas con este tipo de clientes que te encanta trabajar con ellos. Le agarraste la onda muy rápido, no te cuesta trabajo interpretar los lineamientos de la marca, es de sangre ligera, te llevas muy bien con él y para rematar, le encanta todo lo que le diseñas. Así que esta vez te dispones a hacer lo que le podríamos llamar anticipadamente el trabajo perfecto. Te pide un anuncio, juegas un poco con la tipografía y hasta las palabras encajan entre ellas a la perfección.

Terminas rápido, ni siquiera te molestas en hacer una propuesta alterna porque no hay forma que puedas superarte a ti mismo. Hasta estás de buenas porque será una de esas contadas veces que no te piden correcciones, si acaso una coma o arreglar el correo de contacto. Lo mandas y lo primero que recibes es un “me encanta” rodeado de emoticones con corazones rojos. Ya estás del otro lado, tan solo hay que esperar a que el gerente de la marca de el visto bueno y será el dinero mejor ganado en lo que va del año.

—Solamente hay un pequeño cambio— te dice el cliente. Hay que cambiar un poco el copy y arreglar los teléfonos porque están mal. Lo haces ya sin ese sabor a invicto que rara vez tienes la oportunidad de saborear. A las 6:00 de la tarde te pide una corrección más porque mañana lo presenta muy temprano. Al día siguiente recibes la llamada a las 10 de la mañana. Hay que cambiar el formato, la imagen y el copy (sí, otra vez).

Prácticamente se trata de un diseño muy diferente a lo que hiciste ayer. Para las dos de la tarde aún no puedes salir porque te siguen pidiendo cambios. Ya en la comida te llama que le urgen los cambios para que ya quede liberado. Te convences que de hoy no pasan los cambios porque el anuncio tiene vigencia y simplemente no es opción que salga después. Efectivamente, no puede salir después, así que te quedas en la oficina para acompañar al vigilante mientras recibes nuevas correcciones a cuentagotas —Súbele aquí – baja el nombre – agrega un guión al teléfono – corrige el tono del fondo – ahora haz una adaptación— porque se va a publicar en otro medio.

Mandas correcciones y entre cada rebote checas tu Facebook, te metes a Instagram, te acabas la pila de tu teléfono, alucinas el monitor de tu computadora y hasta la pizza trasnochada te sabe a fracaso. “Eso no me volverá a pasar”, piensas mientras valoras ayer podido cenar en tu casa viendo televisión.

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Parece mentira, pero mientras más te identificas con esta historia más triste te pones. En tu mente hurgas todos los escenarios posibles para que no te vuelva a ocurrir, pero parece que mientras más lo odias, más te pasa. Lo platicas con tus amigos y caes en la cuenta que no hay forma de evitarlo. ¿La razón?, ¿será tu cliente?, ¿la escala de aprobaciones a la que debe someterse el trabajo?, ¿la marca está maldita desde que nació? Lo cierto es que es el diseño en sí.

Piénsalo un poco, verás que sucede hasta con tus mismos trabajos. ¿Quién no diseña algo para nosotros mismos y debemos imprimir una y otra vez porque cada vez que tenemos la hoja en nuestras manos le encontramos algo? Cuando hacemos un PDF, y lo abrimos, el enojo nos invade porque deberemos repetirlo por esa imagen que no quedó alineada, por el kerning o porque el fondo quedó tan oscuro que no se ve.

¿Debemos acostumbrarnos a estos procesos una y otra vez? ¿Será la cruz que deberemos cargar hasta que nos jubilemos? Me gustaría decir que no, pero lo cierto es que una vez que lo ves publicado te enamoras, lo presumes, y para no variar, le encuentras cosas que pudiste haber mejorado. El diseño nunca termina, aunque la experiencia te vuelve fino y tomas mejores decisiones desde la propuesta inicial, solo debemos esperar a la firma de autorización final, tarde o temprano siempre llega, o que te den un ascenso a director de arte y entonces alguien más se lleve las friegas. Diseño al fin. Corregido y autorizado.

Diseñador gráfico con maestría en diseño editorial por la Universidad Anáhuac y con cursos de Publishing en Stanford. Actualmente dirige MBA Estudio de Diseño, dedicado al diseño editorial, identidad y publicitario, además de realizar scounting y contratación de talento de diseño para diferentes empresas. Es profesor en la Universidad Anáhuac y la UVM. Le gusta la caligrafía, tipografía, la música y la tecnología.